lunes, 13 de junio de 2011

Abordemos otro barco...

Lectora, lector, amables:

He de confesar que tengo una extraña afición por el mar, y digo "extraña" porque en realidad me produce pavor el Sr. Océano. Muy rara vez introduzco mi cuerpo en semejante inmensidad de agua, prefiero las albercas, cuya dimensión es visiblemente finita o, mejor aún, las tinas de baño, donde todo está bajo control y al alcance.

Quizá las películas de piratas hicieron su labor en mi imaginación durante la infancia (obviamente estamos hablando de mucho antes del Perla Negra), porque a Salgari, hasta la fecha, no lo he leído. La cosa es que, de sólo pensar en esos barcos que crujían con el vaivén de las olas, con sus jarcias y sus palos de mesana, el ancla colgando, las velas tendidas, en fin, todos los aparejos, que se imponen a la vista del inexperto como un bosque, una jungla, en donde puede uno perderse con gusto y explorar los mundos: el tediosamente pendulante que oculta infinidad de rincones dentro, y el luminoso y que espera al viajero a bordo para que desembarque a descubrirlo.

Todo esto viene a cuento porque, como dice el título de esta entrada, pienso cambiar de barco... mejor dicho: no pienso subirme a ningún barco más. He decidido que tratar de ajustarme a una técnica (como intenté en un principio, haciéndo crónica de mi vida) o a un tema (como pretendía con el último texto) es la tontería más grande que puedo intentar, porque no tengo la disciplina necesaria para ello.

Así que, a la voz de ¡ya!, me dedicaré a escribir lo que me venga en gana en el momento que me venga en gana y si alguien gana soy yo, porque me da la gana.

Me sumergiré en este mar de ideas, sin barco, lancha, tabla, tronco o piedra alguna a qué afianzarme, con la única y malvada intención de dejar una prueba cibernética de mis más esotéricos, etílicos u oníricos divagues.

Si me quieres acompañar, aviéntate un clavado.

Te espero.

Desde el ombligo de la Luna.

Oscar Javier

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