viernes, 4 de septiembre de 2009

Paréntesis al principio...

Martes, 4 de Noviembre del 2008

Hola hola a todos, querida familia... de sangre y de elección.

Sabrán dispensar la larga ausencia pero no he tenido últimamente mucho tiempo para escribir y, además para ser honesto, no he tenido tampoco el humor requerido para ello.

Un asunto de importancia me obliga a hacer un paréntesis entre capítulos.

Los más de ustedes ya lo saben, pero igualmente quisiera decirlo: Dado que nunca pude enterarme de la fecha exacta (y que no he estado muy pendiente del calendario, por no decir que no sé en qué día vivo), habré de decir sólo que hará un mes que falleció David. Para aquellos de ustedes que el nombre no les diga nada, he de decir que David era mi primo, que lo quería, que tenía grandes esperanzas puestas en él, que no pensé que un día me topara con su ausencia, mucho menos en la distancia. No hubo tiempo de saber hasta dónde llegaría, de dejarlo andar por el mundo con la frente en alto, como siempre la llevó porque se lo ganó a pulso. No hubo tiempo, siquiera, de decir adiós.

David fue mi compañero de juego, mi amigo, a quien confiaba mis alegrías y tristezas sin reservas en más de una ocasión. Tuvo la maravillosa gracia de comprender lo que creo y digo y eso lo agradeceré siempre.

Hoy, David, mi primo, mi querido gorila, a quien muchas veces en la infancia llevé en mis hombros y que con los años, después de haber crecido y crecido y seguir creciendo hasta llegar a un 1.98 de estatura que a mí me parecía impresionante, me llevó a mí en sus hombros otras innumerables veces, es un puñado de cenizas... a él le debo incontables alegrías, de él aprendí cualquier cantidad de posibilidades de comprender, de tolerar y seguir creyendo. A David le deseo un buen viaje.

Es él, precisamente quien me ha mantenido alejado del teclado tanto tiempo. No quería continuar sin decir algo al respecto, pero las palabras no me vienen a la mente, no he podido siquiera desarrollar un sentimiento claro al respecto, todo está muy mezclado, todo es demasiado confuso aún.

Extrañaré las bromas, la enorme capacidad que tenía para hacer reír al más seco con las cosas más bobas, de regalar una sonrisa al más amargo.

Bueno... nomás quería decirlo, nada más.

Pronto entregaré un capitulín más, hay mucho qué contar.

Cuídense mucho todos. Se les quiere y se les extraña en cantidá, ya lo saben.

Un abrazote a todos.

Oscar J. Orozco.

Releo estas líneas y se me vuelven a revolver la cabeza y el corazón.

Ayer por la noche irrumpió en esta tu casa otro personaje sórdido y divertidísimo: El tío Chava, hermano de mi padre y gran conversador, por demás simpático y grato a este humilde servidor. Apareció David en la conversación (cosa curiosa, justo en la víspera de que yo transcribiera este mensaje... recordemos que estoy obedeciendo un orden estrictamente cronológico). Algo hizo el muchacho en los que lo queríamos, y es que su contundencia física era casi tan notable como la de su carisma... anoche, por primera vez en mi vida, vi lágrimas en los ojos del tío Chava, y fallé en la noble tarea del abrazo confortador; hoy, mientras escribo, las mías ruedan por momentos.

Me parece curioso porque no es un tema al que yo recurra... lo que yo viví con David, lo que discutimos, lo que compartíamos y lo que no, en fin, lo que recuerdo de él, prefiero guardarlo para mí. Por ello será difícil que vuelva a hacer referencia a él en este espacio y prefiero aprovechar esta ocasión para volcarme sobre el tema.

Después de enviar este correo, durante algunos días, llegaron a mí varias respuestas, amistades y familia me escribieron mostrando apoyo. Me pregunto: ¿Por qué a mí? Por la misma razón que escribí yo: para que supieran ellos - en especial su familia - que estábamos pensando en lo mismo. Todos los que estuvimos cerca de él necesitábamos saberlo. De estas muestras de amistad y de cariño estoy enormemente agradecido; de los que escribieron y de los que, con el pensamiento, estuvieron cerca. Dos de esos mensajes rescataré aquí.

Rodrigo, primo queridísimo a quien desde aquí envío felicitaciones por su reciente matrimonio (ya la jetiaste, ni modo, jejeje) me decía que algo de lo que yo escribí era justo lo que él mismo sentía y agradecía que yo hubiera puesto en palabras lo que a él se le atoraba en la garganta. Es maravilloso y agradecible saber que, a veces, puede uno acercarse a otros en lo íntimo, en lo propio... en lo que importa. Gracias (y vuelve el callado pero catártico llanto... venga pues).

Mi carnal Carlitos, a quien, desde hace muchos años, he decidido tomar como único "guía espiritual" - si algo de espiritual queda en mí - me decía que, si bien algo de mis pensamientos lo hacía propio, él seguía creyendo que la vida es lo "más chingón que hay". Me sumo a esto último, yo también lo creo a pie juntillas, por eso mismo me importa este asunto.

David medía casi dos metros y su físico era imponente, lo cual es la perfecta prueba de su voluntad (el cuerpo se lo forjó, cuando niño era largo y flaco como un popote). Moreno, con brazos y manos enormes, de rostro serio y ojos cándidos, era uno de mis conversadores favoritos. Jamás llegamos a estar de acuerdo. La charla con él era enérgica, plagada de divergencias, de juicios duros y contundentes, de mentadas de madre y palabrotas (que a los dos nos salían muy naturales) y enormemente difícil; no por intransigencia, sino por el raudal de carcajadas que se entremezclaban. David conversaba sin tomarse nada demasiado en serio - empezando por él mismo -, escuchaba y comprendía, respetaba, tomaba en cuenta y aprendía de todo y de todos. Como dije: uno de mis conversadores favoritos. Sigo creyendo que él terminó por descubrir y entender muchas cosas que me hubiera encantado que me explicara... es el único pesar que tengo; por mí, claro está, no por él.

Se dice que para saber qué tan malo es alguien hay que vivir con él un mes; para saber qué tan bueno, basta con que muera. Suena duro pero mucho tiene de cierto. No es el caso de David.

Los que lo conocimos, los que compartimos con él algo de nuestras vidas, los que lo quisimos sabemos y sabemos bien que su carta de presentación era una sonrisa, que tenía la facultad de ablandar el corazón más duro, de ganarse a la gente con una mirada, de llevarnos, con la palabra, de la admiración a la risa franca y sonora sin puntos intermedios. Los que tuvimos la fortuna de compartir con él algo de este camino extrañísimo que llamamos vida, sin duda logramos darnos cuenta mucho antes de su muerte, a los 22 años, si la memoria no me falla, de que su compañía era siempre motivo de alegría.

El día que murió, por la mañana, alcanzó a decir que era inmensamente feliz. Esa misma noche se liberó del cáncer que venció a sus pulmones, pero nunca a él. Quiero pensar, de entonces acá, que David se "retiró" como los grandes: En su mejor momento.

Quisiera encontrar la forma de vivir así. Como dije, ese secreto se lo llevó y fue la última de muchísimas bromas que me jugó: tendré que descubrirlo por mí mismo. Gracias primo.

Desde el ombligo de la Luna los abrazo a todos. Los quiero a todos.

Oscar Javier.

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